“Voy y vuelvo”: habrá Parra para rato

por Eduardo Castro Ríos

Fecha

1 de febrero de 2018

En mis años de estudiante universitario era habitual para quienes habíamos optado por la Literatura que nos reuniéramos en torno a ciertos grupos que se identificaban con algunos de nuestros grandes poetas, así existían tribus de huidobrianos, rockianos, nerudianos y parrianos. La militancia en estos grupos implicaba asumir unas posturas bastante dogmáticas e intransigentes en relación a la estética y a la ideología que se anidaba y se anida en la obra y el pensamiento de cada uno de estos grandes vates.

Los que nos declarábamos parrianos, muchas veces fuimos desacreditados por las posiciones vanguardistas, telúricas o esencialistas de los otros, que sostenían que la poesía de Parra estaba impregnada de cotidianidad, de humor negro y sin mayor sustancia poética. Sin embargo, su poesía es la más vanguardista o neovanguardista de todas, producto de un trabajo de ingeniería poética destinado a invertir en cierto sentido el orden natural del lenguaje y de las cosas (si es que hay un orden natural). Y los dispositivos que usó para esto fue la antipoesía y el antipoema, dispositivos  que fueron con los que disparó la subversión y la desacralización de la poesía y del poeta tradicional y vanguardista.

Parra solo con una pluma dejó la escoba e hizo una revolución en la Poesía cuyos impactos perdurarán más allá de su muerte, que no sabemos cuánto durará, “voy y vuelvo”, fue su anuncio premonitorio y no nos olvidemos que se fue tarareando Guantanamera, un himno a la cotidianidad misteriosa del Caribe. Alguien que canta esta canción antes de morirse, también  es profundamente revolucionario: “…con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar…”

Así pasó por esta tierra el Hombre Imaginario en dialéctica relación con la poética tradicional y moderna, desmitificó a los pequeños dioses disfrazados de dioses y a los poetas disfrazados de dioses, para Parra el poeta fue siempre un ser definido históricamente y que no diferenció  en nada del resto de los mortales. Nunca concibió al poeta como un vidente, ni como un mago, sino como un hombre común, “como todos, un albañil que construye su muro: un constructor de puertas y ventanas…”

Parra bajó a los poetas de su nube, diríamos ahora de su drop box, los bajó del Olimpo, les hizo perder el carácter sagrado y solemne para hacer la poesía en la tierra como lo dice en su poema Manifiesto, texto magistral, pues tiene una forma tradicional y un contenido absolutamente innovador y rupturista.

De esta forma, Parra saca a los poetas de esta zona de confort celestial, de esa trascendencia vacua, y los interpela a entrar en el mundo real y concreto, desmitifica así el  espacio solemne en el que habían construido el nuevo templo de  la poesía e incita a juzgarlos: “Todos estos señores y esto lo digo con mucho respeto deben ser procesados y juzgados, por construir castillos en el aire, por malgastar el espacio y el tiempo, redactando sonetos a la luna, por agrupar palabras al azar a la última moda de París”. ¿Qué hay detrás de estos versos? La visión y la convicción de una poesía fundamental para la vida humana, no “un objeto de lujo”, sino más bien “un artículo de primera necesidad”, algo sin lo cual el poeta y la Humanidad no pueden vivir: “no podemos vivir sin poesía”. Poesía que debe ser para todos y no solo para una élite  o “para media decena de elegidos”.

Este reclamo, que pone de manifiesto en el Manifiesto, constituye tal vez  uno de los primeros actos de democratización poética universal: “la poesía alcanza para todos”. Esto de alguna forma relevó la poesía como un bien público de naturaleza profana, en tanto fundamento de una realización poética que rescata lo mundano y lo elemental de la condición humana, perspectiva desde la cual la poesía cobra vida en la figura de una mujer joven: “no creemos en ninfas ni tritones. La poesía tiene que ser esto: una muchacha rodeada de espigas o no ser absolutamente nada”. Esta muchacha (poesía) para Nicanor representa lo natural, lo sencillo, lo inserto en lo más cotidiano de lo humano cuyo corazón es una espiga, que porta potencialmente no solo todas las identidades, sino toda la vida de la palabra y la materia.

En el mismo nivel que Manifiesto están otros dos textos emblemáticos, “Los profesores” y “Padre Nuestro”. En el primero hace referencia a la educación enciclopedista y memorística que agobió a los jóvenes de su generación: “los profesores nos volvieron locos a preguntas que no venían al caso, cómo se suman los números complejos”. El Padre Nuestro es un texto genialmente transgresor en el cual el poeta le atribuye a Dios la situación precaria del mundo y es el Hombre quien se compadece de Dios.

Sin duda, Parra deja a través de su obra un enorme legado, no solo para los críticos y la academia, sino también para millones de jóvenes y no tan jóvenes que leen sus obras con gran entusiasmo, pues advierten que tras la ironía y la sátira hay un mensaje (des)encriptado sobre la realidad y el orden tradicional. Parra no ha muerto, pues con esto de “voy y vuelvo” habrá Parra para rato.

 

Eduardo Castro Ríos

ecastro@ulagos.cl

Universidad de Los Lagos, Chile