Como parte de la exposición «Una tumba de Chiu Chiu» en el Palacio Pereira, el curador Juan José Santos propone una lectura de la investigación relacionada con la muestra, cuyo foco es el expolio de restos humanos de cementerios y las peticiones de la comunidad atacameña de Chiu Chiu de solicitud de repatriación.
Durante siglos, aficionados a la arqueología, paleontología, etnografía, amateurs, curiosos, científicos, o coleccionistas han mirado, con los ojos bien abiertos, las cuencas vacías de los restos humanos del cementerio Chiu Chiu, en el desierto de Atacama. Centenares de cuerpos, cuyo interés reside en el hecho de que han sido naturalmente momificados por efecto del clima y del terreno, han pasado de cajas a vitrinas, de vitrinas a laboratorios, y de laboratorios a depósitos. En los almacenes de museos de Europa, Estados Unidos, y de Chile, permanecen a una temperatura controlada. La comunidad actual de Chiu Chiu quiere devolver la mirada a esos restos exiliados, o, como ellos los denominan, sus abuelos. Y viceversa: los cuerpos extraídos, saqueados, quieren devolver la mirada a sus descendientes: a sus nietos.