Desde el CCE te recomendamos IV

Repensarnos a través del diálogo, área de mediación

Fecha

Lunes, miércoles, jueves y sábados. Del 16 al 22 de abril de 2020.

Esta recomendación es una invitación a entregarse a la locura de pensarnos y especularnos, entendemos que este ejercicio es muy propio de la práctica de mediación, y por ello os proponemos un debate epistolar, entre Andrea Ospina (artista visual), y Aiskoa Pérez (responsable del área de mediación del CCESantiago), en el cual cuestionaremos las prácticas de mediación, el consumo cultural y el rol que cumple el público en el ámbito artístico.

El calendario de correspondencias será el siguiente:

  • Jueves 16: Andrea Ospina
  • Sábado 18: Aiskoa Pérez
  • Lunes 20: Andrea Ospina
  • Miércoles 22: Aiskoa Pérez

Como propiciamos en estos textos, nos interesan vuestras opiniones, repensarnos es la única forma de avanzar, así que si alguien se anima a contribuir en el debate puede enviar su propuesta a mediación.cc.chile@aecid.es

 

Jueves 16 de abril: Carta de Andrea Ospina

 

Bogotá, 28 de marzo de 2020

Hola Aiskoa!

Estos días de cuarentena han sido buenos para reflexionar sobre las artes, en especial al ver tanto movimiento en diferentes páginas web y redes sociales. Hoy te escribo porque tengo muchas preguntas – supongo que desde allí parten las artes después de todo – más que respuestas.  

He estado pensando en una de mis obras y artistas favoritas, Sophie Calle. Hace un año tuve la oportunidad de ver su obra Take care yourself (cuídate a ti misma) en el Museo de Bellas Artes de Santiago. En ella muchas mujeres reinterpretan una carta que su expareja le envío por correo electrónico para terminar la relación. En la sala teníamos un único texto: una carta de desamor, y una leve explicación de su decisión de enviarla a otras mujeres para que la ayudaran a digerir ese momento y a cuidarse. Todo fue tan sencillo y me caló tan profundo que solo pensaba en cómo podíamos permitir que otros sintieran esa conexión que yo estaba experimentando, o si debía ser totalmente individual la oportunidad de no sentirla.

Exposición Cuídate mucho de Sophie Calle en el Museo Nacional de Bellas Artes, Santiago, 2019

Una solución a esto han sido las áreas de mediación de las instituciones, encargadas de generar ese puente entre el espectador, el artista y el lugar, muy relacionadas con la educación en las artes y varias teorías con grandes proponentes en Latinoamérica como Luis Camitzer entre otres. En estos cruces siempre me pregunto ¿hablar de arte es mutuo y libre o simplemente, como la ciencia, es necesario aprenderlo previamente?

Obra de Luis Camitzer en la exposición Falto de Palabra, NC Arte Bogotá, 2016

Existe un detrás de cámaras en la organización de exposiciones que suele ser muy constante: el momento donde el artista se ve tensionado por el área de mediación. Personas curiosas, con públicos claros y preguntas extrañas, suelen pedir mucha información a quien ha hecho la obra y empieza un adelante y atrás entre ceder, cooperar o empalmar unas ideas con otras, entre la necesidad de contar una historia o dejar que se cree por si sola. En otras ocasiones, simplemente funcionan como un componente más lejano en donde el artista debe aceptar que lo que ha hecho ya no depende de sí mismo. Muchas veces, en esos momentos me llegue a preguntar: ¿Estamos acaso forzando las obras a una narración que queremos contar y no dejando que la cree quien la observa? ¿con qué derecho elegimos privilegiar una forma de sentir y entender? 

No me malentiendas, siempre he sido una fiel partidaria de los procesos de mediación y los he gozado tanto como participante y como instructora, además de mi admiración por colectivos que trabajan este tema como LAAGENCIA en Bogotá. Estos procesos me han activado partes de mi pensamiento, mis afectos y mis sentidos que yo sola no habría logrado jamás. También creo fervientemente que todos tenemos derecho a experimentar con las preguntas que el arte nos propone, a llegar a él de múltiples formas y a que nos detonen aspectos insospechados; además sé que el no entender y el no gustar, también es parte válida de lo que experimentamos. Pero me gustaría que estos momentos de tanto caos en nuestra cotidianidad, nos ayuden a dudar hasta de esos mínimos por los que hemos apostado.

Proyecto M.U.$.E.O, feria artbo 2016

En algunas muestras en donde he realizado mediación me he encontrado al final con maravillosas historias que me han cautivado profundamente, de personas que no recibieron ningún comentario adicional sobre lo que estaban viendo, y es justo ahí donde me doy cuenta de que muchas veces por intentar habilitar mayor comprensión de las prácticas artísticas, menos posibilidad de expresión estamos brindando. Entonces me encuentro una encrucijada, ¿acaso no estamos ignorando el contexto del artista y la razón de sus procesos cuando solo dejamos total libertad de lectura, así como el del espectador? ¿Puede la mediación caer en la enseñanza rígida de ideas que tal vez no comprendamos desde ese punto en las prácticas artísticas?

Por el contrario, algunas actividades de mediación no buscan la instrucción directa sino la provocación, ¡son fascinantes! por ejemplo las realizadas por el Museo Nacional de Colombia en el proyecto Historias de la L (2018), en donde los habitantes de calle y jóvenes desplazados del barrio El Bronx (que fue desalojado por su alto tráfico de drogas, entre otras problemáticas) fueron guías, proponentes y ejecutores de un proyecto que implicaba una exposición y sus actividades complementarias, teniendo incluso continuidad externa al museo. 

Aún así en las exposiciones de arte he visto personas que, aunque salen apasionadas con este tipo de actividades de mediación, continúan con la sensación de que nunca habrían podido conectarse con la obra o incluso, de que nada tiene que ver lo que está en la sala con lo que guardarán de ese momento ¿acaso no estamos desviando la mirada solo para no afrontar el tema realmente complejo de las propuestas artísticas y sus lenguajes específicos? ¿es suficiente con impactar una comunidad en específico o necesitamos que todo espectador se conecte con el espacio?

No podemos caer en pensar que mediar es siempre la mejor y única opción. Siento que esto nos puede llevar a subestimar a quien busca disfrutar de las prácticas artística, como si fueran algo más allá de lo que pueden entender, y en días como hoy creo que es posible que, en lugar de abrir las ideas, volvamos de nuevo a cerrarlas, como si el que necesita de mediación es porque comprende el mundo de una forma que no consideramos válida. Tal vez mañana ya piense diferente. 

Ahora, no cabe duda que los artistas y exposiciones desde un inicio nos hacen preguntas y buscan dialogar con cierto público, pero algunos nos preguntan más directamente por nuestras formas de vida y desean específicamente dialogar con un grupo de personas mucho más amplio, o incluso se convierten en voz para comunidades enteras que colaboraron en sus procesos. Esto me lleva a pensar si realmente son todos los artistas los que necesitan ser mediados o si es este un error en el que caemos, porque, así como obligamos al niño de colegio a escuchar a su guía, obligamos al artista a realizar mediación muchas veces como requisito institucional y de difusión. 

Unas de mis prácticas artísticas preferidas son las que tienen en sus objetivos las acciones, el compartir, la colectividad y el diálogo, es decir las relaciones que ya tenemos y las que podemos crear, como las del colectivo CAPUT de Iquique o las del colectivo ManilaSantana de Bogotá. Pero no por ello son más sencillas de entender dentro de este tema. En estos casos me pregunto ¿cómo definimos el límite entre mediación y la propuesta del artista cuando parece que los artistas hoy se están auto/mediando? Puedo pensar por un lado que no es necesario este límite hace mucho, pero por otro, que borraremos la diferencia y sin duda perderíamos muchas formas de pensar diversas. 

Mediación del CCESantiago y el colectivo Caput en el Liceo Reino de Dinamarca en la comuna de Maipú, 2019

En ocasiones en algunas propuestas, siento que el artista o la institución puede llegar a utilizar al público, como si quisiera unas respuestas que tienen tan pocas opciones y tan nulas posibilidades reales de crítica o tensión, que solo es un material más. Por ello mi última duda es ¿crees que es posible que sea la misma propuesta artística la que habla de la mediación o en realidad es necesaria una mirada siempre externa y no esperada para poder romper ese ciclo?

Me encantaría leer tus reflexiones al respecto y que todos allá afuera entiendan que lo que han pensado al entrar a una exposición y encontrarse a alguien hablando (que parece tener más información) también lo pensamos los que estamos detrás de ella: ¿me quedo escuchando? ¿continúo solo? ¿será que no estoy entendiendo bien? ¿a alguien le interesará las cosas extrañas que me he preguntado?

 

Andrea Ospina

 

Sábado 18 de abril: Carta de Aiskoa Pérez

2 de abril de 2020

Hola Andrea!

Tu texto me llega tras días de resguardo, de teletrabajo dónde recopilar videos, artículos, podcast y ponerlo a disposición de los usuarios ha sido una de mis únicas metas. Después de navegar entre una infinidad de datos, de opciones para crear listados y contenidos que ofrecer, por fin, tu propuesta me permite parar, bajarme de la rueda, y lo que en realidad me hace más feliz, dejar de mirar pantallas en busca de una conexión con el mundo exterior, para mirar hacia adentro, en busca esa reconexión con mi interior.  

Esta misma sensación es la que experimento cuando me enfrento a una obra de arte, eres tú y la obra. Por muy raro, extraño, o ajeno que sea, me interpela, me invita a saber qué es, a pararme y reflexionar. ¿Te ha pasado alguna vez que alguna obra, a la que incluso en el momento no le diste mucha importancia, te ha perseguido en tu cabeza en días posteriores?

Cuando realizaba mis estudios de Historia del Arte, recuerdo que nos decían que definir el Arte es igual que poner límites al campo, lo cual se contradecía con mis enseñanzas artísticas en las cuales todo estaba reglado y evaluado. Considero, que algo similar ocurre con el campo artístico, si bien la creación es un espacio donde todas las conexiones son posibles, desde el cual imaginamos; su representación material, la que perciben los públicos, está llena de requisitos, de lenguajes crípticos, en definitiva de límites. 

El arte es el lenguaje de la estética, de los sentidos, de la emoción, de la investigación, de la filosofía etc. Conceptos poco desarrollados en la educación formal, y aún menos puestos en práctica en nuestras sociedades neoliberales. Entonces, al igual que me resulta difícil enfrentarme a un libro sin saber leer, ¿por qué debería poder enfrentarme a una obra artística sin un capital cultural previo?, ¿es la contemplación artística inherente al ser humano?

En este contexto es cuando rotundamente afirmó, la necesidad de la mediación, pero no como un elemento para que los públicos puedan acercarse al arte, o entenderlo, sino para que el campo artístico empiece a incluir al espectador en su orgánica. Un buen ejemplo de esto que propongo, podría ser el proyecto Empowered Parents, cuyo objetivo es promover una red de trabajo desde la que facilitar a las familias de niños y niñas con TEA, así como a los profesionales de las instituciones culturales, herramientas y recursos para desenvolverse en el ámbito museístico. Se trata de un proyecto experiencial y de co-creación que se va construyendo de manera colaborativa entre familias y profesionales. Con ello se ha logrado concienciar a las instituciones de que estos niños/as y sus familias tienen el derecho a disfrutar de la cultura, y esta debe adaptarse a sus necesidades, y que mejor que las familias para saber cuáles son.

La creación de obra entendida como un sistema de expresión personal, tiene que ser completamente libre, no puede tener en cuenta al mercado ni al público y debe responder a las inquietudes de cada creador. Pero, ¿qué pasa cuando este trabajo se presenta al público?, ¿no entra ahí en un diálogo con el otro, convirtiéndose en un elemento de interpretación y comunicación?, ¿no es requisito de la comunicación entenderse?, ¿cómo nos podemos entender si el código es diferente?, ¿qué rol ocupa ahí la institución pública que la alberga?

Un acercamiento a este conflicto ha sido fomentar que el artista converse con el público sobre su obra, ¿es adecuado que el propio creador contextualice su trabajo?,¿qué pasa con las jerarquías que esto genera?, ¿con qué objetivo realizamos esta práctica?, ¿pueden artista, institución y público interactúan a un mismo nivel? 

En mi práctica personal mediar una obra de arte es poner al grupo en el centro, partir del otro para dialogar con la obra y no al revés. Esto no significa que la obra tenga que ser explicada ni entendida, sino utilizar sus cualidades para crear conexiones y preguntas. Lograr que los saberes del grupo y sus experiencias sean suficientes, para que puedan relacionarse con la obra y, a través de este cruce podamos construir el capital cultural necesario para poder desentrañar ciertos códigos del arte. Yo sé de arte y aporto con ese conocimiento al mismo nivel que alguien que sabe de otros procesos relacionados y nos lo expone. Creo que coincidirás conmigo, Andrea, que lo que pasa en las mediaciones que hemos realizado juntas es algo mágico, donde las primeras en enriquecernos hemos sido nosotras. Se han establecido unas conexiones que jamás hubiéramos imaginado, y han servido para que grupos conversen temas, que de otra manera era imposible sacar a la luz. ¿recuerdas lo fácil que fue dialogar sobre VIH desde la exposición de Lucas Nuñez  Maleza en el jardín?

Sesión de mediación de la exposición Maleza en el jardín

El relato de la experiencia con Sophie Calle me ha recordado a lo que me ocurrió con Ernesto Neto. Este verano tuve la posibilidad de visitar su exposición Soplo en el MALBA, y su invitación a participar en las obras desde el cuerpo y los sentidos fue una experiencia increíble. La exposición contaba con muchas obras que debían ser activadas por el espectador, no tenías que entregar nada, sino que te invitaba a entrar en ellas. Esta experiencia desencadenó horas de conversación con mi acompañante, ¿te imaginas todo lo que podríamos haber logrado con una mediación de esos procesos?, o ¿crees por el contrario, que la experiencia artística debería ser individual?

Imagen de la exposición Soplo de Ernesto Neto

Esta misma sensación me ha estado rondando con todo el contenido digital difundido actualmente y que muy agudamente plantea el ensayista y crítico de arte Iván de la Nuez en un artículo en el periódico El Pais. Los gestores, museo o instituciones se están empoderados en su misión de ofrecer contenidos a un público confinado, pero, ¿alguien se ha parado a pensar qué contenidos necesitan este público?, ¿es ahora el momento de desplegar una infinidad de información global que no tendremos tiempo a procesar ni en años de confinamiento? ¿es esta una manera de evitar que la gente se fije en los temas importantes? ¿qué capacidad creativa están movilizando todos estos contenidos?

Por otro lado están surgiendo iniciativas que se trasladan al espacio donde estamos, y nos invitan a repensarlo desde el arte, como es el  programa #CCCCHabitantEspais del Consorci de Museus de la Comunitat Valenciana su programa educativo propone recorrer las estancias de la propia casa para analizarlas bien; las zonas de día, las de noche, los cuartos húmedos, pavimentos, particiones y cerramientos. ¿no es esta una mejor manera, de entretenernos, pero además repensar nuestro día a día, el lugar donde vivimos, los espacios que existen, vs los que necesitamos?

Encuentro que es ahora más que nunca cuando se necesita a los mediadores, si realmente estamos trabajando para unos públicos, ¿como logramos en momentos como el actual, conectar con él, con su lado creativo, su imaginación, la reflexión? ¿No sería interesante comenzar a dialogar con ellos a partir de donde están y no desde dónde queremos que estén?

 

Lunes 20 de abril: Carta de Andrea Ospina

Bogotá, 03 de Abril 2020

 Aiskoa, 

¡Que interesante lo que se pueden lograr en estas conversaciones y que calidad la de todos los proyectos que muestras en tu texto! Hace unos meses me ha pasado lo que mencionas al inicio con una obra que vi en redes sociales y luego se me ha quedado dando vueltas en la cabeza por días. Es una pieza en donde el artista colombiano Gabriel Zea, hace una conteo sobre un mármol. ¡Podrás imaginar lo que fue verla y no leer la información sobre la razón de esta cuenta! Afortunadamente la he encontrado tiempo después y resultó ser las horas que pasó durante 2017 frente a las pantallas de diferentes dispositivos.

Obra #2584’16 de Gabriel Zea 

Hoy me pregunto cuántas horas llevo yo en las pantallas durante esta cuarentena, pero también ¿quienes tenemos el privilegio de recibir y generar esta información?. Me he dado cuenta lo poco listos que estamos para un entorno digital, tanto en conocimientos y recursos para acceder, buscar, disfrutar y comprender a fondo los contenidos, como en facilidades de producción humanas, en equipos y en líneas de acción de muchas instituciones. Así que coincido en las preguntas que realizas sobre el exceso de información en la web ¿nos sentimos obligados a producir o realmente estamos comprometidos con lo digital? Es momento de pensar cómo estas iniciativas de mediación apoyan a poblaciones para las que la cuarentena es difícil de llevar (como la escolar, entre otras) y cómo movilizan a los artistas, muchos quienes se encuentran actualmente sin entradas económicas.

Siento que todo esto nos interpela desde la mediación y la comunicación. Considero que las prácticas artísticas son un proceso abierto con varias capas, en donde lo importante (pero también lo arriesgado) es que el mensaje se diversifica y hasta se pierde en el camino, con muchos emisores y receptores a la vez. A pesar de esta libertad las obras están atravesadas por varios sistemas, instituciones y contextos, y es allí cuando algunas de ellas conectan más que otras, porque son conscientes del lugar en donde se realizan o exhiben y han interactuado previamente con otros saberes. Esa es la fuerza del arte, lo relativas, abiertas y conflictivas que pueden ser sus narraciones, aún cuando algunas caen en responder únicamente a grandes intereses económicos o repetir fórmulas que parecen funcionar en ciertas élites

Cuando preguntas sobre los códigos en esta comunicación entre el espectador y el artista, pienso en lo prioritario que es no intentar igualar estas diferencias sino interpretarlas ¿es esta diversidad una forma de enriquecernos o estamos olvidando desde dónde hablamos? ¿es cuestión de tener el capital cultural o es mejor repensar el tipo de capitales culturales que las obras y las instituciones están priorizando?  Por ejemplo en Copyright # 1, un ejercicio participativo que realicé en Manizales – Colombia, me impresionaron los resultados que no esperaba más que los que tenía en mente: eran expresiones y pensamientos tan diversos que lo que yo quería decir sobre la reproducción de las imágenes y los derechos de autor, pasó con gusto a un último plano. El impacto para muchos fue sentirse parte de un espacio fuera de lo acostumbrado y que les permitió mostrar sus propios códigos y relaciones; el mío que la obra cambia por completo cuando escuchas a los demás.  

Foto obra Copyright # 1, 2017 

Aunque los artistas estamos en este proceso de comunicación no necesariamente transmitimos un solo mensaje. Por esta razón los equipos de trabajo debemos ser conscientes de que no es solo responsabilidad de un área de mediación, sino que desde lo que planteamos y las formas en que lo mostramos, ya estamos provocando reacciones y vínculos.

Entonces, ¿qué ven las personas al entrar a una sala de exposición? Esto es lo que siento como espectadora: Por un lado, muchas muestras tienen extensos textos sin los cuales no logras acceder a lo que estás viendo. Por otro, históricamente y aún hoy en día, las exposiciones te muestran apenas una pequeña ficha que redunda en los mismos datos (título, autor, técnica, año) asumiendo que esa información ya debe bastarme como visitante, en especial de museos de arte. Y a pesar de las múltiples formas en que todo ha innovado – las teorías y los nuevos recursos digitales o participativos -, esto sigue siendo muy común. 

Los textos que me encuentro son una primera forma de mediación que cuestiona qué tanta información necesitamos y de qué forma la recibimos, teniendo en cuenta que dependen del acumulado de nuestras experiencias de vida y contextos, los cuales han forjado intereses. Son claves – dentro de muchas otras – que parece tuviera que resolver al enfrentarme a una exposición, las cuales en ocasiones logran estimularnos a pesar de las distancias y diferencias que puedan existir, pero en otras solo nos hacen sentir lejanos.

Por ejemplo algo que me encantó del ccesantiago es la iniciativa de mostrar estos contenidos de manera audiovisual, mucho más libre y cercana. Otro ejemplo son las muestras que intentan modificar estas dinámicas usando preguntas, gráficos, imágenes, juegos, comparaciones y recursos que conectan con nuestra cotidianidad, como el Museo Colonial en Bogotá que relaciona obras de arte religioso (como los relicarios de santos) con objetos actuales de culto popular, preguntado además por cuestiones de fondo como el racismo y la educación.

Objetos en exposición en el Museo Colonial de Bogotá frente a la forma en que los encuentras cotidianamente en un poblado cercano a la ciudad, 2018

Algunos intentamos llegar al fondo de lo que la muestra está planteando uniendo estos datos con nuestra percepción. Pero veo otras personas que no están leyendo las pistas, algunas que se inventan un final diferente, grupos que incluso, encuentran nuevas claves y todo es muy enriquecedor, por lo que me pregunto ¿quién tiene la última palabra cuando hablamos de arte? ¿o no hay una última palabra en ningún momento? 

Siempre que pienso en mediación recuerdo la palabra encuentro, pero constantemente me pregunto la fuerza que tiene el desencuentro. El enfrentarte a algo que no tienes que entender, coincidir o aprobar; la oportunidad de negarnos y de encantarnos sin excesos de razones, que pocas veces nos da el sistema neoliberal que mencionas. Cuando comentabas tu experiencia en el MALBA, pensaba que es igual de importante la conversación con tus acompañantes a la que puedes tener con un guía de una actividad, y que el verdadero valor reside en no pasar por alto lo que está en un espacio y dejarse atravesar. La lectura del arte no necesariamente debe ser individual, pero ¿debe ser siempre institucional? ¿qué tanto peso estamos dando a las instituciones en la mediación? ¿transmitimos un cuestionamiento de una práctica artística o una afirmación de una organización?

Me llena de esperanza pensar como muchas mediaciones y prácticas nos permiten hablar de lo nos cuesta en otros espacios, ya que la disposición del artista y la institución pueden permitir que fluyan conversaciones insospechadas. Además es grato saber que diferentes instituciones culturales median además de las muestras otros procesos como su programación, sus guías, sus colecciones e incluso sus páginas web, acortando distancias y abriendo información, como el Museo Nacional de Noruega donde puedes explorar sus colecciones creando una propia selección en su portal desde cualquier lugar del mundo. 

Página web Museo Nacional de Noruega 

Se que existen muchos espacios, teóricos y artistas que han pensado estos temas, y a veces siento que las respuestas cambian en cada situación, por lo que nada de lo dicho aquí es una realidad cerrada o una verdad absoluta. También que existen muchos tipos de mediaciones diferentes, de saberes y de procesos que es posible poner en diálogo. Hoy necesitamos pensarnos como mediadores, no solo en artes, sino en muchos más aspectos. Es una oportunidad para pensar en las palabras de Nora LandKammer que propone pasar de participar, indicando donde y como se debe actuar, a colaborar para construir realmente juntos las lecturas sobre las prácticas artísticas, dejando que la mediación no sólo justifique la institución, sino que la modifique con sus formas de actuar, más allá de asumirse como una traducción de lo artístico.

 

Miércoles 22 de abril: Carta de Aiskoa Pérez

Santiago, 10 de abril 2020

Es increíble, Andrea, como una simple frase nacida de una conversación cotidiana, puede mover cosas; “Supongo que estamos en plan más flexible…porque no hay planes, y no sabemos qué puede pasar” esta descripción de cómo una amiga se sentía ante el momento actual me ha trasladado de golpe a cuando estamos preparando una mediación, y me ha conectado también con tu experiencia con el ejercicio de Manizales, recordandome que cuando te dejas llevar sin querer controlar los procesos, ocurren cosas maravillosas. La rutina en la que vivíamos, la que teníamos controlada, se ha diluido de golpe, y no nos queda otra que dejarnos llevar por el acontecer de cada día. En este nuevo contexto el dominio de la razón y la planificación ha perdido todo su sentido y es ahora donde encuentro el arte y la cultura nos entregan el aire que necesitamos para reinventarnos. El arte es el lugar donde las ideas abiertas y expansivas, son válidas, la paradoja adquiere todo su potencial, y como está ocurriendo con estas palabras que intercambiamos, se nos permite lanzar propuestas y jugar con lo que puede ser, y no con lo que es. La práctica artística constantemente se está reinventando, nos interpela, nos cuestiona y no ofrece ninguna solución ¿porque no empezamos a aplicar estas normas a la vida cotidiana?, ¿qué ocurre si nos alejamos de las certezas y nos adentramos en las posibilidades?, ¿qué pasaría si todos empezáramos a pensar como artistas?

Cada artista es el reflejo de su realidad, de una forma muy concreta de ver e interpretar el mundo, que nos devuelve de manera visual, sonora, escénica etc.. ¿Qué relación tiene este mensaje con el público? ¿pueden los espectadores crear significados públicos? 

Este es un tema que me preocupa muchísimo e intento trabajar con cada exposición a la que me enfrento. Si bien los artistas tienen libertad de creación, encuentro que la instituciones culturales, tiene una responsabilidad para con los públicos, ya que son las que crean narrativas, transmiten valores y legitiman el patrimonio cultural. 

Los públicos acudimos a ellas depositando un voto de confianza, pero, ¿qué pasa cuando no nos vemos representadas/os? Al igual que los periodistas contrastan opiniones ¿no sería interesante que al menos los que se ven reflejados en las obras puedan dar su opinión públicamente? ¿Están los aludidos de acuerdo con la forma en la que se les representa? ¿está el artista creando estereotipos con esa representación?, ¿qué cosas se podrían hacer a partir de esta obra?

Carmen Morsh nos narra en su artículo Educar A Los Otros A Través Del Arte: Una Historia Poscolonial Del Dispositivo Arte / Educación, una experiencia muy interesante en torno a la exposición de Alfredo Jaar «Dos o tres cosas que me imagino sobre ellas» realizada en  la Whitechapel Art Gallery (WAG), en el East End de Londres en 1992. Después de que algunas de las estudiantes retratadas afirmaran su malestar frente a cómo habían sido representadas, una de las medidas que tomaron los encargados de educación de la galería fue invitarlas a desarrollar sus propias visualizaciones de sí mismas, dando como resultado una exposición que se exhibió durante una tarde en la Sala de Educación de la WAG. ¿hay que esperar a que ocurra un conflicto para permitir que los aludidos den su opinión?, ¿cómo podemos trabajar para visibilizar esta opinión?¿no resulta interesante este diálogo para el resto de los públicos que acude a ver la muestra? 

Acudir a una exposición es toda una experiencia que se configura desde el momento que entras por la puerta. Recuerdo cuando acudí junto a mi madre al Museo Reina Sofía, a ver “Hospicio de utopías fallidas” del artista que mencionas en tu primer artículo Luis Camnitzer. Nuestra entrada a ella fue un auténtico desastre. No encontrábamos las salas y nadie sabía nada. Cuando al fin logramos llegar- no recuerdo ni cómo-, nos encontramos en medio del recorrido expositivo, por lo que para transitarla tuvimos que ir, de un lado a otro. Si bien muchas obras resultaban muy interesantes, la experiencia fue extraña, yo debido a mi relación con los espacios expositivos, y mi idolatría hacia el autor, no permití que este hecho enturbiara la visita, pero mi madre, ajena al mundo profesional del arte, consideró que la experiencia fue un desastre valorando negativamente la exposición. 

¿Acaso visitar una exposición no va más allá de las obras que se muestran? Todo lo que encontramos en la sala es una declaración de intenciones, la posición de las obras, los recorridos, los colores, la luz, los textos, incluso el tipo de actividades complementarias o educativas que se realizan. Los videos que tu mencionas son un pequeño acercamiento a estos planteamientos. El espectador por un lado pone cara al artista, lo que hace que ya no se enfrente a un ente, sino a una persona que le está mirando. Además escucha de su propia voz, o lee en los subtítulos, de donde nace la exposición, permitiéndole al artista destacar lo que considera relevante anticipar. ¿Pueden estos elementos ser también herramientas de exclusión?, ¿cómo podemos trabajar para eliminar estas barreras? ¿como podemos pasar del monólogo al diálogo?

Ahora que la palabra cuidado está adquiriendo tanto valor, es importante cómo estamos aplicando esos cuidados en las instituciones, ¿como podemos cuidar no sólo nuestras obras o colecciones sino a nuestros espectadores? ¿No es acaso este el primer paso para que los públicos se identifiquen con nosotros? ¿qué pasaría si la institución estudirse a sus públicos y no públicos para saber cuáles son sus deseos y necesidades y comenzará a cubrirlos? 

El contacto con los públicos es una tarea que cae siempre en los equipos de educación o atención al público, nosotras/os tenemos que trabajar con ellos desde lo que ya está decidido lo cual nos deja muy poco margen de acción. Hay resultado increíbles cuando el trabajo con los públicos se plantea de manera horizontal entre todos los trabajadores del museo, y cada área aporta desde su expertis para generar una comunidad en torno al espacio cultural. Uno de lo mejores ejemplos que encuentro en Chile es el del Museo de la Solidaridad Salvador Allende, el cual lleva durante más de tres años desarrollando programas que buscan generar lazos permanentes de colaboración y creación entre vecinos/as, estudiantes, personal del museo, artistas y organizaciones sociales. Para ello se ha valido entre otras actividades de talleres de huertos urbanos y textiles donde la vinculación con su público se realiza de desde los saberes cotidianos, siendo la confianza y el conocimiento compartido la base de la práctica. Para ello ha tenido que aprender a dejar de lado los grandes temas del arte para abordarlos desde el lado humano, pero ¿no es acaso esta cotidianidad el gran tema de la humanidad?

Este confinamiento por ejemplo, nos ha dado el tiempo para reconectar con acciones cotidianas como el cuidado del jardín, la cocina, o las aficiones manuales. Reconectando con los modos de hacer heredados de nuestros ancestros, si bien estas acciones son una parte importante de nuestra cultura, habitualmente son consideradas como menores o artesanías dentro del sistema cultural. ¿Qué pasa cuando estas prácticas irrumpen en el espacio público? 

Juntarnos por un interés común implica introducirnos en un terreno complejo del cual no tenemos el control absoluto, y que nos va a llevar a compartir, discutir, escuchar, negociar y ceder. Vernos en el otro- artista, obra, compañero/a-, nos hace sentirnos parte de un todo y ¿acaso no radica ahí la fuerza para poder pensarnos, repensarnos y avanzar como sociedad?

 


Andrea Ospina Santamaría (Manizales, Colombia)

Estudiante de Museología y Gestión del Patrimonio en Bogotá, Colombia. Becaria del CCESantiago en 2019. Artista visual y gestora cultural y comunicativa, ha centrado su trabajo en la circulación de las prácticas artísticas visuales contemporáneas principalmente desde la curaduría, la investigación y la mediación. 

Aiskoa Pérez Alonso (Vitoria-Gasteiz, España)

Responsable del área de mediación del CCESantiago. Licenciada en Historiadora del Arte y Técnico Superior en Artes Plásticas y Diseño. Ha centrado su trabajo en la generación de experiencias de mediación cultural que vinculen a los públicos con las posibilidades que se abren en las prácticas creativas.