Carta de Julia Romero a Jordi Ferreiro

Fecha

Del 3 al 9 de mayo de 2021.

Marzo, 2021

Hola, Jordi. ¿Cómo estás?

Con entusiasmo te saludo y me sumo a esta interacción desde Santiago de Chile que,  ojalá, nos permita mapear los diversos desafíos que se presentan en cada contexto y poder  relevar nuestras prácticas, ya que identifico, aún, pocos espacios que permitan ponerlas en  perspectiva, no sólo desde un plano individual, sino en relación a nuestras realidades locales  y cómo dentro de éstas hay múltiples brechas que se han acentuado más aún en la vertiginosa realidad de pandemia en la que nos encontramos.

Te conocí el año 2017 en el inaugurado Centro Nacional de Arte Contemporáneo en la comuna de Cerrillos, en el taller “Educar la institución”, convocado por el también recién nacido Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile. Recuerdo que me interesó mucho tu propuesta de mediación performática y cómo esta disrupción no sólo transgredía la norma de lo que se espera de un recorrido por una exposición, sino que también interpelaba hacia el interior de la misma institución, evidenciando sus límites y la paradoja existente entre programar arte contemporáneo y practicar arte contemporáneo.

Me gustaría contarte sobre el devenir de mi carrera profesional que ha derivado en caminos insospechados. Soy escultora y mi trabajo aborda el habitar como eje principal, tanto desde el plano formal, vale decir, dónde se construye nuestro imaginario y cómo las manifestaciones artísticas dialogan con nuestra cotidianidad, así como también desde su poética, en tanto esta acción supondría la conjunción de ser y estar en el mundo en un espacio y tiempo determinados. Este macro cuestionamiento me ha acompañado en mi desempeño, que, a muy temprana edad, me llevó a decidir que no quería ingresar en un circuito de compra y venta de arte, sino que me interesaba —para poder ganarme la vida— la educación artística como un espacio de investigación sobre qué impacto tiene el pensamiento artístico en las comunidades. Es en este contexto que durante cinco años trabajé en la producción y, posteriormente, en la coordinación de una unidad de educación, dentro de una institución pública dedicada al arte contemporáneo, lidiando con múltiples desafíos de financiamiento para dar continuidad a los programas propuestos junto con intentar ofrecer dignidad laboral para el equipo.

Es el año 2017, justamente cuando te conozco, cuando dejé esa labor y me aventuré a un camino independiente. Los años siguientes han sido de experiencias diversas que han ampliado mi campo de lectura con respecto a la mediación artística cultural, como herramienta para fortalecer el aprendizaje y buscando situar la educación artística como una forma de pensar diversos contenidos o, más bien, de pensarnos. Por un lado, estuve a cargo de la formación de estudiantes de diversas carreras universitarias como mediadores culturales para trabajar en un programa de acceso universitario para estudiantes en situación vulnerable y, por otro lado, realicé una investigación que contempló recorrer 40 instituciones distribuidas en 10 regiones de Chile que, como imagino sabes, es una larga franja de tierra. Los espacios culturales fueron seleccionados con el criterio de que presentaran una consolidada programación en artes visuales con el fin de conocer las condiciones de trabajo de cada lugar y las experiencias que se ofrecían a los públicos.

Estas experiencias me han resonado al recibir la carta de Yolanda Jolis, del equipo de MACBA, quien comparte sus inquietudes acrecentadas por la pandemia para lograr continuar con el trabajo que venían realizando en un contexto de distanciamiento social. Ella plantea interrogantes sobre: ¿qué se busca como educadores?, ¿qué desafíos encontramos en nuestros roles? y ¿qué relación tenemos con el arte y cómo transforma nuestras maneras de trabajar?

Aprovecho de traspasarte estas inquietudes, así como también me sirven de pie para contarte, a grandes rasgos, las observaciones de la investigación que te comenté anteriormente para situar una realidad local muy distinta a la que se vive en otras partes del mundo.

La geografía de este país ha sido un gran desafío histórico y, sin duda, el aniquilamiento ocurrido en la dictadura cívico militar (1973-1990) se percibe en distintos terrenos y, muy en particular, en el ámbito cultural, ya que hubo un golpe estético al intentar higienizar los movimientos sociales y culturales que se habían fortalecido durante la Unidad Popular.  Luego de más de treinta años de la llamada vuelta a la democracia se constata la profundización del modelo económico neoliberal, que ha transformado los derechos esenciales en bienes de consumo subordinando el desarrollo humano a meros usuarios y consumidores. Es en este contexto que realicé mi investigación observando una situación muy disímil, que va de la mano con el territorio chileno. Por un lado, la mayor concentración de instituciones que programan artes visuales se encuentra en la zona central del país y son estas las que cuentan con equipos de mediadores para ejecutar sus programas. El norte de Chile presenta una situación muy distinta. La mayoría de las instituciones que programan artes visuales son financiadas por las mineras y no cuentan con equipo de mediación, sino que quien programa, produce y monta es quien, por lo general, también recibe a los públicos. Por otra parte, el sur más cercano al centro del país cuenta con universidades que imparten carreras artísticas y esto hace que la escena sea más rica y cuenten con equipos de mediación para diversos programas. El extremo sur presenta muy pocos espacios dedicados a las artes visuales y esto decanta en poca conexión con lo que es la mediación artística, como herramienta para fomentar la aprehensión de los contenidos que difunden y entienden esta práctica sólo como un nicho especializado y no como una metodología de trabajo que puede conformar comunidades en torno a las experiencias que proponen las instituciones.

Te comento a grandes rasgos las observaciones, porque sin duda da para extenderse bastante más; pero me interesa contarte que en el 90% de los casos los equipos de mediación están en una situación de precariedad laboral, trabajando por proyectos específicos y sin ninguna seguridad social ni certeza de continuidad. Me parece relevante usar esta invitación para dar cuenta de esta realidad, ya que cuando nos preguntamos qué nos interesa como educadores o cómo el arte se involucra en nuestros trabajos, me surgen inquietudes tales como: ¿es posible tener una proyección hacia la labor de educador si es que no se cuenta con ninguna seguridad laboral?, ¿cuánto interés real tiene la institucionalidad sobre los públicos con los que interactúa, si es que no protege a los trabajadores que, efectivamente, se encuentran con las comunidades?

Meses antes de que se detonara la pandemia, el 18 de octubre de 2019 se produjo el llamado estallido social, que volcó la frustración y el hastío de los ciudadanos a las calles de todo el país. Esta situación terminó, una vez más en nuestra historia, con los militares en las calles como amenaza a la expresión popular. Pienso que para muchos, y me incluyo en ello, fue un alivio sentir que no estábamos solos en esta sensación de desprotección y agobio de un modelo asfixiante, pero también adelantó y puso al descubierto la relación de la sociedad chilena con su institucionalidad post dictadura y la precariedad laboral de quienes trabajamos en cultura de forma independiente, ya que, por esta crisis, muchos espacios cerraron sus puertas por temor a la turba y se finalizaron proyectos anticipadamente, dejando a muchos mediadores sin trabajo. Luego, la pandemia profundizó lo ocurrido y dejó al descubierto la pobreza que estaba disfrazada en trabajos informales que han terminado en las organizaciones de ollas comunes en un país que declaraba que había derrotado la pobreza.

Es importante relevar que la pandemia también ha permitido reconocer de manera prístina el valor que tiene el arte en sus múltiples expresiones para la salud mental de la sociedad.  Hoy, gracias a los movimientos sociales, nos encontramos en un proceso de reformulación de la Constitución Nacional y me atrevo a decir que los trabajadores de la cultura y las artes en Chile tenemos nuestra esperanza puesta en este camino que se inicia para poder situar, desde la Carta Magna, las artes, las culturas y la educación no como bienes de consumo, sino como derechos fundamentales de los ciudadanos.

Ojalá tengamos oportunidad de continuar estos intercambios y de construir redes que trasciendan fronteras para el fortalecimiento de nuestras prácticas, así como también para el permanente cuestionamiento de nuestra realidad.

Un saludo afectuoso para ti,

Ju


Julia Romero Arancibia

Buenos Aires, Argentina 1983

Artista y educadora. Desde los 8 años reside en Santiago de Chile, donde ha cursado todos sus estudios. Es Licenciada en Artes mención Escultura y Magíster en Artes Visuales de la Universidad de Chile. Ha desarrollado un camino profesional en el ámbito de la educación artística coordinando y creando diversos programas como expresión de políticas públicas en el área. Su desempeño se caracteriza por instalar la entrecha relación arte-vida y la idea del artista como un activista dentro de la comunidad que promueve la reflexión y el empoderamiento contribuyendo al enriquecimiento de los procesos de aprendizaje de manera de potenciar las habilidades necesarias para este siglo XXI, vale decir, fomentar el pensamiento crítico, el razonamiento lógico y la conciencia socio cultural. 


CoRЯespondencias es un proyecto de mediación cultural, en el que se comparten experiencias de 15 mediadores de España y Chile a través del intercambio epistolar. 

Semanalmente publicaremos una carta hasta el 21 de junio.

Imagen realizada por Simón catalán ilustrando la carta de Aiskoa

Más información:

Imagen Simón Catalán

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