Desde el inicio del programa Patrimonio Comunitario nos hemos propuesto repensar qué es lo que entendemos por patrimonio, con el objetivo de poner en crisis esta definición y así incorporar nuevos pensamientos, aproximaciones y fenómenos que no han sido considerados en la discusión. Por ejemplo, el propio Servicio Nacional del Patrimonio Cultural lo define como un “conjunto determinado de bienes tangibles, intangibles y naturales que forman parte de las prácticas sociales”. Según esta definición, las prácticas sociales se entienden como una vía para el desarrollo del patrimonio, lo que deja la condición inmaterial de la acción en sí misma relegada a un papel secundario, que funciona principalmente como medio o canal.
A partir de ello, nos preguntamos: ¿sería posible incorporar las prácticas sociales y culturales como parte de nuestro patrimonio? ¿cuáles son las repercusiones de enfocarnos en las prácticas y no en sus resultados? ¿quiénes y cómo podrían preservar las prácticas, entendiéndolas como parte de nuestro patrimonio cultural?. Estas y otras preguntas se desarrollarán a través de este artículo y la siguiente entrevista.
Nos resulta bastante sencillo comprender que las bibliotecas, los centros de documentación o los archivos cuentan con un patrimonio de nuestra cultura, pues existe un camino recorrido que asimila que los libros, manuscritos, revistas y documentos que están allí alojados poseen un valor histórico innegable, que merecen su resguardo y acopio. De hecho, podríamos asegurar que nuestro actual sistema capital nos incentiva a pensar que entre más antiguo y difícil es su acceso, el valor patrimonial es aún mayor. Quizá, estas ideas tan anquilosadas y transferidas desde muy temprana edad son las que nos distancian para incorporar dentro de nuestro patrimonio las prácticas sociales y culturales, como por ejemplo la propia docencia. Dentro de los libros o manuscritos que se encuentran alojados en las bibliotecas o archivos que ya hemos mencionado, no sólo se debiese considerar la noción de autoría o autor, que obviamente está allí presente, sino también los estudios, las prácticas literarias en talleres y el continuo ejercicio de la escritura que encamina a cada uno de estos materiales.
A partir de esta idea, y sumado a lo que hemos mencionado en torno a estas nuevas visiones sobre el patrimonio, es aquí donde proponemos considerar la práctica del taller literario (docente-alumno) como una acción en sí misma, que pudiese ser considerada como parte de nuestro patrimonio. De hecho, para nuestra realidad local, el trabajo, no sólo literario, sino también lo colectivo y comunitario en torno al aprendizaje, a la transferencia (viceversa) del conocimiento y a la creación de espacios destinados para ello, ha sido clave dentro de nuestro país. Por ejemplo, el Departamento de Estudios Humanísticos, al alero de la Facultad de Ciencias Físicas de la Universidad de Chile, el proyecto Ciudad Abierta, conformado dentro de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica de Valparaíso, o incluso, proyectos de índole más independientes y autogestionados como los talleres literarios Ergo Sum de Pía Barros o Moda y Pueblo de Diego Ramírez han sido espacios de creación colectiva, amparados en las relaciones simétricas de aprendizaje, experimentación y de una puesta en común.
Innumerables autores han pasado por estos espacios e instancias. Sus publicaciones o incluso ellos mismos se han transformado en claros referentes de la intelectualidad, cultura o arte para nuestro país, pero sus espacios de formación, o aquellos actores formativos, se han visto relegados a un papel secundario y sin mayor reconocimiento.
Teniendo en consideración dichas perspectivas, el pasado 25 de mayo entrevistamos a la escritora Pía Barros, con el objetivo de comprender, difundir y sumergirnos dentro de su práctica como tallerista literaria que ha desarrollado por más de 45 años. Pía nació el 20 de enero de 1956 en Melipilla y estudió Pedagogía en Castellano en la Universidad de Santiago de Chile. Desde temprana edad se dedicó a la escritura, realizó innumerables publicaciones y obtuvo premios y distinciones. Desde mediados de los años 70, junto a su producción literaria se incorporó su interés por el desarrollo de talleres literarios (como Ergo Sum, fundado en 1976), los que desarrolla hasta hoy en día.
Considerando que esta entrevista ha sido un instancia de comprensión y puesta a prueba de nuestra hipótesis tentativa (considerar la práctica del taller como patrimonio), nos resulta relevante compartir algunos elementos que nos parecen significativos y concordantes con la propuesta.
La metodología como tallerista, o el modelo de taller que ha articulado Pía Barros en estos 45 años de práctica está basado en la construcción de una comunidad que, en este caso, se encuentra convocada por la literatura. El espacio de trabajo en cada una de las sesiones posee un tiempo acotado para la transferencia unidireccional de conocimientos específicos, y una parte mayor de escritura y socialización de lo escrito por cada uno de los participantes. El proceso de escritura se lleva a cabo en igualdad de condiciones para todos, un mismo espacio y tiempo, algo así como una especie de democratización del espacio de producción de escritura y, por ende, de cultura. Esta diferencia entre el espacio teórico y práctico recae principalmente en que la tallerista considera que la teoría no es un ejercicio para internalizar conductas, lo que guarda una diferencia sustancial con el proceso práctico, en el que los participantes están en contacto directo con los textos (materialmente hablando), haciéndoles marcas o señalamientos, lo que les permite integrarse y apre(h)ender mejor.
La cualidad práctica, corporal y performativa que aquí se ensalza, se emparenta innegablemente al posicionamiento ideológico y teórico de Barros. Su clara inclinación por el feminismo, entiéndase éste como una promoción por las prácticas no sexistas y con una multiplicidad de sentidos, da cuenta del abordaje que propone también para la lectura y escritura de los participantes. Particularmente, nos habla de dos divisiones en torno al sentido capitalista (hacer para el consumo), que permean su práctica como tallerista y sus enseñanzas. Por un lado, contrasta aquella literatura hecha “para”, y la que se pensó “por”. En el caso de la primera, aquella escritura “para” está pensada en su recepción, cumple intereses y efectos específicos en pro de su consumo. En oposición, se encuentra aquella literatura que está hecha “por”, la cual estaría orientada a rescatar y dar cuenta la intimidad y el propio yo del autor. Por otro lado, incorpora una nueva división, refiriéndose a la cultura del “hacer” v/s la cultura del “ser”, en esta propuesta, nuevamente se contrapone una idea materialista de la transacción de capital, en contraste con un mundo conformado por las vinculaciones, los afectos y los detalles mínimos, aquellos que permiten un autoconocimiento y una posibilidad reconfiguradora.
Sin duda, lo que aquí compartimos junto a la entrevista de Barros, nos permite acercarnos y comprender cómo las prácticas sociales, culturales, y en este caso de enseñanza, podrían ser consideradas como patrimonio cultural. Haber tomado específicamente los talleres Ergo Sum de Pia para poner en cuestión nuestra propuesta, tiene estrecha relación con los propios intereses de la tallerista, quien por medio de sus prácticas y pensamientos, se distancia de una mirada convencional dirigida solo al material, objeto, libro o escritura, sino que a ello, suma también, las experiencias y aprendizajes de un hacer común, que requiere de la colectividad y la socialización.
Esta entrevista forma parte de las acciones del programa Patrimonio Comunitario, y busca recolectar, compartir y difundir archivos que normalmente son poco conocidos, o que poseen un acceso limitado. Esta acción permite socializar y reactivar la circulación de un patrimonio común poco activado.