El laboratorio de creación virtual ecosistémico, realizado desde el 25 de junio hasta el 24 de julio, fue un espacio de encuentro en torno a los métodos de investigación que abordan el arte y las ciencias para aproximarse a la naturaleza, el territorio y quienes allí convivimos. En la primera sesión estuvimos conversando con Miriam Martínez Guirao, artista española e integrante del Grupo de Investigación en Climatologías del Planeta y la Conciencia de la Universidad Complutense de Madrid. Su trabajo gira en torno al arte y la naturaleza, la etnobotánica y la psicología ambiental.
Hemos visto en tu página web que en varias obras tienes un análisis de la huella de carbono que has generado, ¿por qué crees importante realizar ese proceso?
Principalmente para evaluarme a mí, tanto a nivel personal como dentro de mi trabajo artístico e investigador, siendo más honesta con mis propios procesos en esa búsqueda del arte y la naturaleza. Pero también porque en esta era en que vivimos debemos comenzar a ser más conscientes a causa del cambio climático. Pienso que facilitar estos datos puede ayudar a otros artistas, que no trabajan con arte y naturaleza, a ser más equilibrados y respetuosos en sus procesos. Y, por qué no decirlo, para sembrar un precedente en las instituciones, ya que la gran mayoría de ellas no miden su huella de carbono. Una buena manera de sensibilizar es medir mi impacto dentro de estas instituciones: en una exposición, en un congreso o en un laboratorio como este, para así comenzar a ser más críticos con nosotros mismos.
Tengo que decir que cada vez más instituciones están preocupadas e involucradas en esta concienciación ambiental, ya sea el Museums and Sustainable Development Goals de Henry McGhie o las comisarias como Blanca de la Torre, que están luchando por la visibilidad de estos impactos. Pero hay que decir que la medición de la huella de carbono no es exacta, hay muchísimos factores que varían estos datos (marca de productos, trazabilidades, procesos ecológicos, etc.). Creo que es importante visibilizar desde lo que tenemos y aproximarnos a realidades, para conocer los impactos y poder cambiarlos.
¿Qué ha significado para ti acercarte a la vegetación en lo urbano? ¿Cómo lo has investigado?
Para mí esta vegetación ruderal que nos acompaña en nuestras calles es lo más sublime que podemos encontrar de la naturaleza en lo urbano. Nos recuerda esa conexión que tenemos, escondida en lo más profundo —bajo mucho asfalto y ruido—, que nos conecta con nuestra parte más natural y salvaje. De ahí surge “Jardines-Efímeros”, con el propósito de acercarnos a nuestra propia naturaleza. Desde esa visión de un paisaje desocupado, como Gilles Clement diría, de un paisaje por explorar, ignorado, incluso políticamente incorrecto y abandonado, hemos visto en esta cuarentena la apropiación de las calles y la biodiversidad traída nuevamente a nuestras vidas.
El proyecto es ahora mi propia investigación de doctorado. Desde “Jardines-Efímeros” se invita a la gente a participar realizando fotografías de las plantas que aparecen de manera silvestre en la ciudad, que luego envían a jardinesefimeros@gmail.com, donde se catalogan y se suben a la web, creando así, entre todos, un gran jardín mundial y digital. Tras el proyecto, la gente me decía que eran más conscientes de la naturaleza en sus calles y comencé a trabajar con un departamento de psicología ambiental, donde pasamos un cuestionario a los participantes para evaluar variables como las emociones o valores trascendentes, como lo sublime, sentimientos de conexión con la naturaleza, bienestar, predictores de salud, conductas sostenibles, etc… Así intentamos mostrar cómo el arte contemporáneo puede ser un generador de consciencia o transformación ambiental a través de esos procesos de reflexión, observación e implicación artística.
Tienes áreas de investigación que causan mucha curiosidad, como la psicología ambiental o la climatología, ¿cómo ha sido esa relación entre las ciencias humanas, las ciencias puras y las artes?
Para mí trabajar entre ciencia y arte es un reto, trabajar con biólogos, botánicos, etnobotánicos, psicología ambiental, historiadores, ética ambiental… o como tú comentas, el Grupo de Investigación en Climatologías del Planeta y la Conciencia UCM al que pertenezco, en el que tratamos, entre otras cosas, la implicación del arte en las humanidades y el cambio climático. Pero no os voy a mentir, es complicado llegar con un proyecto artístico —en muchos casos con propuestas holísticas— y conectar con la ciencia. Para mí siempre es un reto, crear esas conexiones y salir de la zona de confort de las artes.
Desde la psicología ambiental que estudia cómo nos afecta el entorno y lo que nos rodea, y con la que empiezo a trabajar en mi doctorado, comienzo a despertar planteamientos como los del proyecto “Con-ciencia psicoterrática”, donde cuestiono si la falta de raciocinio provoca locura y qué causa la falta de naturaleza. Trabajo con trastornos derivados de la falta de naturaleza, como los trastornos por déficit de naturaleza, trastornos psicoterráticos y somaterráticos, solastalgia. Al final los proyectos colaborativos como el de “Jardines-Efímeros”, y todo lo que se proyecta, va permeando en mis propios procesos de creación, en esa obra más personal e íntima.
Locura Natural, bailarina Ana Capilla, (camisa de fuerza, patronada, cosida y bordada, Talla 48), video Tiempo: 00:04:05, Formato: MP4, Tamaño: 400 MB, 2015
¿Cómo fue tu experiencia en la residencia Cultura Resident que realizaste en Chiloé, Chile, en 2019?
El proyecto “Alhue” ha sido una de las experiencias más cercanas con la naturaleza que he tenido. El paisaje, la cultura y la convivencia en el medio natural, me acercó aún más a una parte de la naturaleza que no conocía. Les dimos cámaras de fotos analógicas a una terapeuta floral, una cestera, un ebanista, a la lonko de una comunidad mapuche williche, un historiador, un especialista en bosques y un estudiante con la idea de recoger la visión de la gente que habita Chiloé, porque entendíamos que nuestro modo de ver el lugar estaba condicionado. Con las fotografías y sus testimonios, entendimos más de su historia y de la naturaleza perdida de su entorno, y cómo la desaparición del alerce, ciprés y pompón estaban cambiando sus modos de vida.
Fotografía de Clementina Gricelda, Lonka de la Comunidad Mapuche Altos De Gamboa de Castro, Isla Grande de Chiloé, Chile.
Esta actividad forma parte del proyecto Pichintun de yerbas.
Un programa de actividades culturales que posibilita intercambiar saberes y relatos diversos a través de experiencias grupales que nos vinculan como comunidad en conexión con la naturaleza.