Cartografía en Laboratorio Ecosistémico

Segunda sesión de Laboratorio Ecosistémico con Vania Caro Melo y Melissa Ferreira

Durante su realización, el laboratorio de creación virtual ecosistémico tuvo tres temáticas centrales: cartografía, deriva y taxonomía. Cada una de ellas se refiere a un método de investigación que ha sido utilizado por el arte y las ciencias para abordar la naturaleza, el territorio y quienes allí convivimos. Para conversar sobre la variedad de cartografías, mapas y territorios estuvimos conversando con Vania Caro Melo, escultora que ha trabajado desde Concepción y Tarapacá en torno al territorio, y Melissa Ferreira, artista – profesora, parte de la Colectiva Un Lugar desde Santiago de Chile.


 

Melissa, ¿qué ha sido para ti la exploración del territorio y la cartografía? Me llamó mucho la atención una de tus obras titulada “El accidente”. ¿Cómo ha sido el proceso de investigación de este proceso? 

Indagar en nociones de territorio, paisaje y cartografía para mí ha sido un constante ejercicio de traducción, de apropiación y de aprender de otras diversas formas de percibir el entorno. En un comienzo fue desde un profundo sentir de no pertenencia hacia los lugares donde habitaba. Es por esto que encontré una práctica habitual y reconfortante, el observar y sumergirme en imágenes y videos de archivo, localizados en diversos lugares y con intenciones a veces muy disímiles. Algunas veces eran registros documentales de lugares remotos y con clave turística, otros tenían un lente movilizado por los afectos, pues eran caseros, como uno de los primeros tesoros que encontré, unos VHS con grabaciones del 79’. Contenían imágenes hechas por mi abuelo en el desierto de Antofagasta, con una cámara de video que el mismo ensambló. Se detuvo en ese lugar porque “por ahí pasaba el Trópico de Capricornio”

Con este relato comienzo un proceso de investigación en torno a los mapas y las diversas herramientas que han determinado nuestro imaginario, delineando nuestro contexto geopolítico y las formas contemporáneas de navegación y control del territorio. Así encontré elementos de interés, particularmente en las pantallas, en los drones y en la navegación satelital.

Otro elemento clave dentro de mi investigación serán los viajes por las autopistas, los que constantemente debo realizar, porque vivo en una comuna en la periferia de Santiago. Peñaflor es una de las denominadas ciudades satélites. La autopista del Sol es una ruta, lugar de estudio y superficie sobre la cual comencé a investigar la forma en que mi mirada se desplaza por estas vías. El accidente es un proyecto multimedial compuesto por pintura, video danza y estudios cartográficos, que indagan en formas de habitar un trayecto de autopista, una canalización y el río Mapocho aguas abajo.  Se constituye como una bitácora, con múltiples puntos de vista y espacios de detención, que mezclan memorias, mapas y registros satelitales. Siempre he vivido cerca del río, pero nunca me di cuenta de que su presencia en mi imaginario siempre estuvo cargada de inundación: la fuerza del río entrando por las calles y deteniendo todo a su paso. Pero también la fuerza de dejarse llevar, entregarse a un poderoso cuerpo de agua y sentirse parte.

Vania, ¿cómo has trabajado la cartografía participativa? ¿Cuál es el proceso de antes y después?

Comencé a trabajar la cartografía desde un sitio muy personal, como una forma de entender un territorio que para mí era complejo y completamente nuevo, cuando llegué desde el sur a vivir a Alto Hospicio, Tarapacá.

Con el tiempo, y en instancias educativas en comunidades que eran muy dispares entre sí, utilicé esta herramienta para abordar las territorialidades diversas, tanto geográfica como socioculturalmente, esto se fue transformando en una constante, ya que era un ejercicio que nos permitía conocer y aprender de un lugar desde la ignorancia. En mi método de trabajo, intentaba llegar a estos espacios anulando todo lo que previamente pudiera conocer de ellos, nutriéndome y nutriendo el mapa de lo que me podían contar quienes los habitaban, aun si no se trataba directamente del lugar en sí, ya que se entiende que lo contado venía de un contexto específico y se iba ramificando para generar relaciones con los relatos de otres. De esta forma, íbamos cartografiando un imaginario mucho más rico, haciendo justicia a la idea de que los mapas son referencias ideológicas, políticas y simbólicas del territorio y no el territorio en sí.

Así salieron diversos procesos, como el mapa creado con aportes de varios artistas, que a su vez estaban descubriendo el centro histórico de Quito en la Residencia en No Lugar en 2014,  y el realizado en Tilcara, Argentina, con la tejedora Milagro Tejerina. Además ocurrieron varios ejercicios muy enriquecedores con niños, niñas y niñes de distintos lugares de la región de Tarapacá (muy diversa en realidades) y algunas cartografías en la feria libre de la Quebradilla, en Alto Hospicio, donde se invitaba a quienes pasaban a intervenir y completar el mapa del lugar.

Melissa, además de tu trayectoria visual has realizado varios talleres y proyectos que vinculan la educación y el territorio. ¿Cómo ha sido ese acercamiento a la comunidad y qué metodologías has utilizado?

Desde el 2018 soy parte de Colectiva un Lugar, donde junto a dos amigas (Antonia y Consuelo) hemos trabajado en experiencias de talleres y espacios de experimentación. Nos interesa generar prácticas colaborativas a través de procesos análogos y situados. Promoviendo ejercicios de traducción e intercambios desarrollamos estrategias participativas que nos permitan crear lazos desde la horizontalidad. Para desarrollar estos planteamientos nos enfocamos en la producción cartográfica y su dimensión intuitiva e imaginativa. También en el uso de códigos gráficos, manuscritos o anecdóticos, con especial énfasis en la creación de dispositivos ópticos y técnicas fotoquímicas. Encontramos así métodos amables de registro y creación, capaces de responder de un modo honesto a contextos y territorios.

Una de las primeras experiencias en prácticas colectivas fue “El Laboratorio Andante” (2019), espacio nómade y dispositivo de observación del territorio, en el que través de la utilización de cámaras estenopeicas artesanales, mapeo y recolección, realizamos derivas para la creación de “cartografías experimentales”. Nuestro objetivo era generar visualidades propias a través de la toma de decisiones (e intuiciones) a la hora de trazar el sector y contribuir así al entendimiento de que existen diversas formas de mirar y percibir el mismo territorio, otorgándole valor a la mirada subjetiva y a la imaginación.

Este último tiempo hemos desarrollado ejercicios de intercambio y traducción en el contexto de pandemia. Haciendo uso de nuestras redes sociales (@colectiva.unlugar) desarrollamos el proyecto “Derivas en casa”, una convocatoria abierta que proponía ejercicios para acompañarse, traducirse, dialogar y pensar(nos) en desfase, en distintos trayectos, momentos y direcciones, para realmente leer nuestros encuentros. Algo así como una superposición de diferencias que no tienen por qué calzar. No solo en tiempos, sino también en signos, lenguajes y afectos.

Actualmente me encuentro trabajando junto a una agrupación socioambiental en la comuna de Peñaflor. Con Mapuko y la comisión de educación estamos trabajando para desarrollar prácticas colectivas, que vinculen arte y educación ambiental, situados principalmente en el humedal y borde río, ubicados en el sector de El Trapiche.

Vania, ¿cómo has abordado los temas de lo natural en concordancia o implicación con lo político? 

En “El Sonido”, una intervención sonora que trabajaba con el audio del mar (Océano Pacífico) grabado desde lo que fue un centro de detención y tortura durante la dictadura de Pinochet en Pisagua, lo natural, visto como un paisaje, es lo que narra. Pasa a formar parte de un imaginario colectivo, porque cuando en Chile relacionamos dictadura y terrorismo de Estado con la geografía, en nuestro imaginario se activan inmediatamente ciertas imágenes; mar y desierto indudablemente entran allí.

En “El Dominio” también pude abordar lo natural desde la manipulación y la especulación. Desde aquel momento en que lo económico entra en lo natural. Se trataba de un invernadero dorado que ocultaba quínoa, pero que se encontraba clausurado por supuestamente utilizar semillas no permitidas. Se hacía necesario (y aún lo es) cuestionar no solo lo transgénico, químico y artificial y su efecto sobre todo el ecosistema y sus proyecciones, sino que además el poder de la especulación económica cuando descubre un alimento que siempre ha estado en ciertos territorios y ha existido en una relación armónica con los habitantes. Al otorgarle la categoría de “súper alimento” o de una clasificación mayor, provoca que los precios aumenten de forma exagerada, causando caos y quiebres en las comunidades y efectos devastadores tanto para la tierra como para las comunidades que siempre se alimentaban de él y que ya no pueden pagar su costo.

Melissa, una pregunta que resuena mucho con este laboratorio, ¿cómo ha sido tu experiencia pensando el territorio y la cartografía más allá de la especie humana?

Ha sido de perderme, de seguir rastros e imaginar otros modos de percibir. De traducir y transformar las escalas de lo que me rodea, de navegar por mi entorno en compañía. De observar el tiempo de una hoja, el ciclo de una descomposición o la germinación de un fruto. De tomar prestados ritmos e intentar entrar en ciclos. De inventar ejercicios, modos de registro y montajes que permitan desplazarse a otro tiempo.

Para esto necesité mucho estar y observar, tener espacios de detención que no habrían sido posibles sin las cuarentenas y sin las nuevas herramientas que tuve el privilegio de aprender a usar. Por ejemplo,  el modelado 3D, la fotogrametría y la edición de video, que usé para comenzar a configurar una video-bitácora (“Cuando se descascara”) que realicé durante el tiempo de confinamiento. Es un ejercicio que observa distintas dimensiones de la descomposición, la de elementos orgánicos y digitales. Un intento por pensar en capas las dimensiones de lo que me rodea y en las que intento construir refugio, afuera en el jardín y en la interfaz de mi computador. Tracé, grabé y modelé cáscaras de nueces e insectos preparándose para hibernar, articulando una bitácora que transita por paisajes naturales y otros de información.

Por último, Vania, al trabajar el territorio, la cartografía y precisamente esos límites imaginarios / naturales, varias de tus obras hablan de la migración. ¿Cómo ha sido el proceso de investigación de estos temas?

Para mí la migración es un tema fundamental y que me resuena mucho, ya que lo siento muy cercano y lo he vivido, si bien en buenas condiciones, sintiendo la resistencia y el racismo. Parto de la base de que las fronteras son imaginarias, tan imaginarias y absurdas como trazar una línea en el piso. Es una de las dinámicas humanas más básicas. Por supuesto, si hablamos desde la base de que el territorio es una complejidad de relaciones y esas relaciones se configuran a su vez sobre una geografía. Los mapas son interpretaciones políticas de esto. Se hace aún más irrisorio pelear, por ejemplo, porque alguien no entre en el perímetro de estas líneas.

En Apthapi (2016) nos reunimos un grupo de gestores y artistas justo en la frontera Bolivia-Chile para realizar un encuentro de arte contemporáneo, con instalación de hitos/obras, conversatorios y el mismo apthapi (costumbre aymara de compartir los alimentos). El encuentro en sí mismo se posicionó como una obra simbólica de lo que nos separa y nos une como territorios sesgados por líneas y conflictos políticos. En otra obra llamada “La Línea” podemos jugar con la idea de un territorio “nacional” que antes, no hace mucho, era completamente diferente (Chile antes y después de la guerra del salitre), donde perduran rasgos identitarios de ese otro al que nos enfrentamos, como por ejemplo, los apellidos que se repiten tanto en el norte de Chile, como en el sur de Perú y Bolivia.

Todo esto me lleva a reafirmar lo violento que es un Estado homogeneizador, en donde a punta de procesos de chilenización sistemáticos (en todas sus fronteras), desde el centro no solo se asume y se instala la idea de que somos una sola nación, iguales en rasgos (al centro, claro), sino que se anulan las diferencias de los múltiples territorios y sus historias. No olvidemos que hasta hace un tiempo aún se creía que los esclavos africanos no habían llegado a Chile.


Esta actividad forma parte del proyecto Pichintun de yerbas.
Un programa de actividades culturales que posibilita intercambiar saberes y relatos diversos a través de experiencias grupales que nos vinculan como comunidad en conexión con la naturaleza.