Para cerrar las sesiones temáticas del laboratorio de creación virtual ecosistémico conversamos sobre la noción de deriva y viaje con Natalia Castañeda, pintora y artista visual colombiana, actualmente doctoranda de la Universidad de Barcelona, y Camila Sanjinés, artista y arteterapeuta de Bogotá, parte del colectivo Artistas Salchicha / ManilaSantana, que integra junto al artista audiovisual y pedagogo Manel Quintana, de Barcelona.
Natalia, cuéntanos un poco más del proyecto que estás desarrollando ahora y cómo se amplía esta idea de paisaje desde la deriva.
El proyecto que estoy desarrollando ahora se llama “Entre el volcán y la vertiente” y está localizado en los nevados centrales de Colombia. Durante los últimos seis años he buscado documentar desde el dibujo, la cartografía y el video un territorio sensible al cambio climático, que presenta una acelerada deglaciación.
La idea de paisaje, entendida como aquella relación entre el sujeto y el entorno, que se da a través de la mirada, busca emplazar mi reflexión como un relato visual que se adentra en los recovecos, las vertientes y los glaciares de este territorio. Una reflexión que busca entrelazar circunstancias anecdóticas, percepciones ancestrales y estudios científicos en un seguimiento experimental para develar algunas historias que se tejen alrededor de estos nevados, así como también los estratos que componen la representación de la alta montaña.
Este proyecto surge en la insistencia por conocer en cada viaje un poquito más de estas montañas, tan inmensas y aún inexploradas. Es un deseo profundo por volver al mismo lugar y ver lo que ha pasado. Una deriva por lugares que, aunque ya son conocidos, son muy complejos y sensibles al cambio, donde cada ascenso plantea nuevos retos, tanto físicos como mentales y emocionales. Un viaje que aunque siempre comienza por la misma vía, se bifurca en la extensión diversa y abismal de la alta montaña. Así, el viaje y su condición de atención presente, la deriva, me lleva a seguir siempre un nuevo afluente, a caminar a favor del cambiante viento y levantar la mirada detenidamente, siguiendo el tallo recubierto de hojas secas y protectoras de algún frailejón.
Camila, cuéntanos un poco sobre el proyecto “Hablar con las plantas para llegar a un paisaje”. ¿Cómo fue el proceso de investigación?
«Hablar con las plantas para llegar a un paisaje« tuvo muchos pasos y procesos, no siempre lineales, como son los procesos creativos. Empezamos con el hecho de que yo había emigrado a España varios años antes y después volví a Colombia. Ya llevaba un tiempo pensando en lo que es ser legal e ilegal, migrante o nativo, y de alguna manera eso me hizo pensar en las plantas. Allí empecé a trabajar con los bordados. Por ejemplo, en Colombia nos identificamos con el café, que es una planta inmigrante no nacida en el país, mientras que la coca, con la que nos identificábamos en un inicio —en las comunidades originarias— se convirtió en una planta prohibida. Entonces, ¿en qué momento se decide que algo es legal o ilegal? es lo mismo hablando de las personas. Empezamos a escribir sobre el paisaje de donde era cada uno (el paisaje colombiano, el mar mediterráneo), sobre lo que extrañamos y lo que se iba volviendo propio.
Después empezamos a trabajar más lo doméstico y lo salvaje, principalmente desde lo animal. Se volvió más evidente con la maternidad, pues había pasado de ser un animal salvaje (como yo creía) a un animal doméstico, una gallina que cuida a sus criaturas del peligro. Me hizo replantearme, por ejemplo, qué animal era yo dentro de la naturaleza y el espacio que me rodeaba.
Estos diferentes factores comenzaron a convertirse en conversaciones, en textos de un diario de viajes sobre las plantas y el paisaje, y a través de este guion hicimos pruebas para empezar a grabarlo en audio, intentando volverlo natural. Sin embargo, no nos funcionó grabar en estudio, al escuchar el audio dentro del paisaje sonaba ficticio, así que empezamos a grabar in situ. Por esta razón, lo más interesante de esta pieza es que cada vez que se monta en un sitio nuevo tenemos que recorrer el espacio y grabarla de nuevo. Esta pieza ha tenido tres momentos de ejecución: una galería pequeña, un teatro y, por último, un recorrido. Este último se daba primero en bicicleta hasta un bosque, donde las personas empezaban a caminar el paisaje y a perderse oyendo este audio que había sido grabado en el mismo lugar. Tenían entonces la sospecha de que era ficción y que era real: algunos sonidos eran parte del paisaje en ese momento y otros eran parte de los instantes en que fueron capturados. Sentías que de alguna manera el paisaje te estaba penetrando. Fue como un espectáculo escénico, donde cada persona iba sola y se perdía en el paisaje. Por último, definimos montar esta pieza en otro lugar de España, en donde volvimos a grabar y dejamos un código QR, para que cualquiera que fuera a visitar dicha reserva natural pudiera realizar el recorrido.
Natalia, ¿cómo planteas la experiencia de la naturaleza en este recorrido pensando en un elemento específico como el agua y el río que trabajas en varias de tus obras?
Cuando trabajas sobre el paisaje intentas desestructurarlo y es allí donde encuentras elementos a los que los seres humanos estamos asociados, creando lazos simbólicos y afectivos con los territorios, que permiten ir tejiendo nuestras experiencias o relatos propios. Una manera de acercarme a esta idea fue el estudio del I-Ching, el libro de los cambios, un oráculo de origen chino que plantea la importancia de la contemplación y los calendarios agropecuarios, y encuentra en la observación de la naturaleza las dinámicas que la rigen. Para mí fue muy importante acercarme a este libro, porque te da una relación de imagen en donde se encuentra un elemento sobre otro: el trueno sobre el viento, por ejemplo. Permite entender no solo estos elementos como exteriores, sino como dinámicas y fuerzas que pueden habitar el propio cuerpo, o su propio recorrido da la certeza de una decisión o de un camino.
La imagen del agua, el río o la montaña me sirven de metáforas para observar las dinámicas de la vida misma, como grandes maestros, que se mantienen fieles a su propia naturaleza, tanto física como simbólica. Son emplazamientos reales en los cuales decido aproximarme, rodearme y maravillarme. Se trata de elementos que intento aprehender a través de simular gestos fluidos como el agua, o desde la solidez y porosidad de la montaña.
Por ejemplo, en la residencia en SanArt en Vietnam, los meandros del río fueron el cauce que me llevaron a la imagen que rodea todo lo simbólico y sagrado, que desde cierto sincretismo o desde la figura mitológica del dragón, se cuela tanto en el origen de los pueblos como en los lugares sacros y en la dinámica de la vida cotidiana. Así, la imagen del río me permitió hacer una lectura personal y un video ensayo del paisaje simbólico, en el cual el dragón corresponde a la imagen fluida del territorio, en total simetría con el río y su gente.
Camila, ¿por qué escoger estas metodologías de trabajar con otros y cómo entra en juego dentro de las obras tanto el cuerpo del espectador como sus experiencias previas?
El trabajo colectivo es un poco un efecto de nuestros perfiles profesionales y estudios previos (pedagogía y arteterapia). Empezamos a buscar en el contacto con el otro el proceso creativo, me costaba trabajo la falta de diálogo y nos encontramos porque nos gusta mucho la retroalimentación. En nuestros primeros proyectos conversamos entre nosotros, luego trabajamos con un colegio en Barcelona y seguimos en el pabellón pedagógico de la feria Artbo (Bogotá), en donde planteamos un gabinete de curiosidades a partir de objetos de bolsillo, que cada quien dejaba en el lugar, creando una ficha de museo. En Lima, realizamos un proyecto llamado “Piedra, papel o tijera”, con el mapa de la ciudad, que como muchas otras ciudades en Latinoamérica es un lugar muy segregado. Hay unos barrios donde viven los pobres, sobre los cuales hay un imaginario de peligro por parte de las personas ricas que viven en otros barrios. Llevamos piedras como un guiño a las formas de construcción de la ciudad, basados en los incas, ya que es un material muy importante en el Perú. Generamos con ellas el mapa de la ciudad y las personas cortaban palabras del periódico, que luego ponían en el barrio al que creían pertenecía esta descripción. Se creó un relato hablado en este mapa de piedras en el suelo. Las primeras personas que invitamos fueron los pintores, las personas de la limpieza y demás personal del montaje, quienes empezaron a dejar palabras en los barrios de los que provenían: jardín, familia, pan, etc. Luego llegaron las personas de clases más altas, que asistieron a la feria, y empezaron a seleccionar otras palabras en estos barrios (más negativas), lo que se relaciona con la noción que tenemos sobre el espacio.
Me encanta pensar la obra como un buffet, donde el espectador llega y arma su propio plato, porque es más creativo que el artista. Si les damos las herramientas correctas hacen que la obra se eleve y de alguna manera sea sublime. Nosotros tendemos todo el tiempo a estar creando proyectos en los que el espectador tiene un rol activo. En “Hablar con las plantas…” hay un participante que camina en el paisaje y es interesante ver cómo cada uno se toma sus tiempos y vive la experiencia de manera distinta (a pesar de estar marcado o marcada por las mismas instrucciones). Estas personas han recorrido este paisaje muchas veces, pero de alguna manera el hecho de volver a hacerlo con un audio, que contiene otras anécdotas, cambió de golpe la forma de cómo veían el bosque. También les decíamos a las personas que tocaran, que olieran, que caminaran despacio… De alguna manera marcamos un recorrido con un nuevo ritmo, por un lugar que generalmente pasaba desapercibido en el cotidiano, como una meditación en desplazamiento. Puedes llegar a un estado en tu cerebro a partir de un movimiento mecánico del cuerpo.
Natalia, muchas de tus obras hablan del viaje como un detonante de la investigación, me gustaría que nos contaras un poco de eso y de las decisiones que tomas para abordar una deriva.
El viaje como metodología de investigación y creación hace del movimiento sobre el territorio la experiencia sensible y la razón misma del desplazamiento. Es esa circunstancia de experimentación de nuevos paisajes la que demanda una atención al presente sin expectativas, una contemplación neutra y subjetiva, de aceptación de aquella armonía, en un escenario expuesto que se agradece por su amplia vista frente al horizonte. El viaje es el modo perfecto para abrir los sentidos a la experiencia del paisaje, que a través del movimiento, tanto físico como emocional, te permite actuar, adaptar y crear desde una nueva instancia. Así, el viaje es un detonante de aprehensión e influjo, el cual te brinda nuevos lugares de reflexión y perspectivas inversas para seguir caminado en la transformación que el recorrido ofrece.
En mis investigaciones, el viaje, además de esta maravillosa atención al presente, ofrece un espacio de peregrinación, investigación y práctica estética en sí. Un ejercicio de desplazamiento en el cual el camino y las decisiones sobre la ruta van forjando la deriva que las circunstancias implican. El viaje es un dibujo del cuerpo sobre el territorio, un ejercicio simbólico que abandona siempre las primeras intenciones, para dejarse influir por las circunstancias, siempre cambiantes, con el fin de responder con humildad y correspondencia al entorno visitado.
Esta actividad forma parte del proyecto Pichintun de yerbas.
Un programa de actividades culturales que posibilita intercambiar saberes y relatos diversos a través de experiencias grupales que nos vinculan como comunidad en conexión con la naturaleza.