El laboratorio de creación virtual ecosistémico abordó en su tercera sesión el tema de la taxonomía, como una forma de clasificar lo existente, que a lo largo de la historia ha atravesado tanto las ciencias como las artes, y en especial lo político y lo estético. En esta sesión, conversamos con el artista chileno Rodrigo Arteaga, que busca interrogar la compleja relación entre naturaleza, cultura y representación, y con Gelen Jeleton, parte del Colectivo Jeleton, quienes desde España han planteado el proyecto “Historia política de las flores”.
Rodrigo, he visto dos procedimientos en tu trabajo que se relacionan directamente con este tema de la clasificación. Primero, contar, como en la obra Medir. Segundo, disponer en el espacio como forma de clasificar cómo en Inocular o en Hong Kong Observatory ¿Por qué y desde donde utilizas estas formas de organizar lo natural?
En “Medir” me propuse enumerar todas las hojas de un eucaliptus como un intento de visualizar una forma de entender el mundo, que consiste en nombrar y clasificar. Mi intención era mostrar que en realidad aquello era tan solo un instante en la vida de la planta y que este número cambiaba todo el tiempo. Incluso mientras lo hacía algunas hojas viejas caían y otras nuevas brotaban. Me preguntaba acerca del interés por ese número total y cómo esto cambiaba la percepción del gesto. De alguna manera, es un intento por visualizar cierta torpeza. Los números hablaban de un uso y la relación con el eucaliptus para mí era significativa, ya que es uno de los principales árboles utilizados en la industria forestal chilena. Para mí, tiene que ver con tratar de visualizar la inconmensurabilidad y, a la vez, intentar entender a través de enumerar y organizar el mundo.
En “Inocular” y “Hong Kong Observatory” hay una forma de presentar elementos que a la vez se asemeja y se aleja del museo arqueológico. “Hong Kong Observatory” fue desarrollado en una residencia de dos meses en Hong Kong, donde me propuse recoger elementos que me encontraba en y alrededor de la Academy of Visual Arts de Hong Kong Baptist University. Había un lugar en el patio donde los estudiantes desechaban sus trabajos y materiales descartados. Me pareció súper interesante este lugar, porque encontré, entre otras cosas, restos de cerámicas, que luego dispuse en el espacio. Partí copiando unas armaduras metálicas que eran parte de una exposición sobre relojes en el Hong Kong Science Museum y luego esas estructuras se fueron transformando en ideas de vitrinas, andamios y arquitecturas.
Hay una simultaneidad que me interesa como forma de construir complejidad en la escultura y a partir de muchos detalles hacer algo que invite a la observación detallada, pero que a la vez es imposible de ver en su totalidad, pues son distintos sistemas de orden simultáneos, unos encima de los otros. Se volvió una forma de disolver cierta distancia que veía en los museos entre basura y tesoro.
En “Inocular” me propuse trabajar con objetos desaparecidos del Cerro Santa Lucía/Cerro Huelén y hacerlos reaparecer en forma de hongos, como un intento de hacer un neoclasicismo biodegradable. Hicimos en conjunto con el Laboratorio de Biofabricación UC, La Matriz y el Museo del Hongo estas esculturas hechas de micelio. El micelioestaba presente en las esculturas mismas, pero también era una forma de concebir la relación entre las partes, ya que todas estaban conectadas entre sí. Esto fue hecho en el Museo Nacional Benjamín Vicuña Mackenna como parte de la Bienal de Artes Mediales, por eso tenía interés en trabajar con estos objetos en específico. De hecho, en la misma sala había parte de la colección histórica del museo.
Gelen, cuéntanos un poco sobre “Historia política de las flores”.
“Historia política de las flores” es un proyecto que lleva muchos años, desde 1999. El primero que hicimos fue el libro de Las lilas de Jeleton, que era una recopilación de poemas, y ahí ya se hablaba de esta idea de la utilización, de la inocencia, porque lilas significa “primer amor” en el lenguaje de las flores. Las exposiciones que han seguido tienen muchos temas, desde las plantas como medicina hasta la utilización de ellas a la hora de hablar, como el insulto o expresiones como “mujer florero”, “floripondio”, entre otras.
Además, las flores están muy relacionadas con la idea de lo femenino. “Manflora”, por ejemplo, es un insulto a una mujer masculina u hombre femenino. También se abordan las propiedades de plantas, como la ruda y el romero (que salga lo malo y entre lo bueno), asociadas a nivel cultural. “Historia política de las flores” es poner a las flores en su posición social, y desde allí entra una gran gama de temas, un capítulo a la vez, en donde se empiezan a abordar otros libros y autoras, por ejemplo, en torno a las brujas y la quema de homosexuales en la inquisición.
Es todo un recorrido. Una de las primeras exposiciones se llamaba «Y las lilas se volvieron violetas«, que jugaba con ese primer amor, con el arte incluso, y cómo la violeta es una flor más feminista y más de «señora», es decir, un análisis desde la identidad. Por otro lado, tenemos un tapiz entre otras piezas que hacen referencia a grandes movimientos feministas en defensa de la tierra, liderados por mujeres, como Silvia Rivera Cusicanqui, Berta Cáceres y Vandana Shiva. También a la música popular con Violeta Parra y llega hasta la identidad construida en la adolescencia como el significado de la primera vez que te regalan flores. Es esa idea de presentar en sociedad la flor, a partir de vivencias, poemas, textos históricos, todo relacionado.
Rodrigo, tú vuelves a poner en duda el pensamiento taxonómico y el quiénes han clasificado, nos gustaría oír más sobre cómo se ha desarrollado este interés.
Creo que tiene que ver con preguntarse acerca de la lógica del espécimen, cuáles son las implicancias que tiene ese pensamiento en el fondo. Me propuse tratar de devolver esta lógica, estudiar a quien estudia, como Claudio Gay, naturalista francés que hace el primer tratado natural de Chile. Es un intento por llevarlo un paso atrás, sacarlo de esta suerte de objetividad del atlas, que extrae cada elemento de su contexto, y crear nuevas colecciones. El uso que se hace de estos estudios finalmente es en esta lógica de pensar la naturaleza como un recurso, los mapas sobre todo entendidos como rutas de acceso para el extractivismo, y al devolver esta lógica se puede pensar de otra manera.
Por otro lado, la ciencia también tiene procesos poéticos. En mis propuestas busco poner de manifiesto el límite y tratar de entender, de clasificar. Siempre he estado interesado en buscar una orilla de ese conocimiento entre ciencia y arte. Personalmente, vengo de una familia de científicos, mi aproximación al arte es a la inversa en ese sentido.
En el caso de la obra “De ideas una historia natural” es un estudio de un naturalista, y muestra la relación de las plantas reclamando de nuevo este espacio, poniendo en ruinas la idea de naturaleza con libros y muebles en donde germina el pasto, incluso desde la misma arquitectura. Se trata de una relación compleja entre naturaleza y representación que fue mostrada en un conjunto habitacional, que se podía ver a cualquier hora, generando un encuentro inesperado con un público diferente a lo que sucede en un espacio de arte.
Esto hace que repensemos la homogeneización cultural que ha buscado la taxonomía. Lo que hacemos como especie, todos estos sistemas de clasificación siempre se devuelven, siempre son espejos. Cualquier forma de representación representa a quien la hace, cuáles son sus intenciones, sus motivos… Me interesa tratar de pensar más allá de esas estructuras, del mismo chovinismo taxonómico que menciona Ricardo Rozzi. Somos demasiado antropocentristas, un sesgo que incluso se ve en la ciencia al estudiar las especies más parecidas a la nuestra, abordando una fracción muy pequeña de la biodiversidad. Precisamente es allí donde pensamos en cómo medir ese inconmensurable y que en la lógica del espécimen todo es inseparable entre sí.
Gelen, ¿cuál es la relación del proyecto “Historia política de las flores” con el libro?
La idea de “Historia política de las flores” es ser un libro no escrito. Aunque comienza con un libro específico, de allí empieza a surgir como un futuro libro, donde cada exposición es un capítulo con una temática definida, en la cual hay performance, dibujos… No es un texto en plan biblio, sino que se resiste a ser escrito, expresándose desde otras muchas maneras de escribir, como el habla, el día a día, los recursos, el gesto, las expresiones, los sindicatos, las leyes, las manifestaciones, etc. Por ahora no tenemos ese interés en que sea publicado. Hoy por ejemplo tenemos las cartas del tarot floral, que es como un libro que se lee de diferentes formas, o unas runas en las que pasa lo mismo.
Son distintos espacios-tiempos con diferentes formalizaciones de la idea de libro. Por ejemplo, tengo una fanzinoteca feminista queer, que intenta precisamente guardar el infinito, y en varios casos trata sobre sembrar. De alguna manera, el archivo tiende a guardar algo que ya ha pasado, como la arqueología. Me interesa mucho romper esa noción con cosas que dependen del espacio-tiempo, en este caso la semilla, que va a ser plantada en un futuro y no se sabe cuándo va a germinar. También desafía una idea del dibujo, de la enciclopedia, del registro desde otra lógica y, ante todo, de la palabra, ya que a la hora de nombrar las cosas solemos humanizar otras especies y aspectos del mundo, o repetir nociones sin pensar en sus usos y significaciones.
Esta actividad forma parte del proyecto Pichintun de yerbas.
Un programa de actividades culturales que posibilita intercambiar saberes y relatos diversos a través de experiencias grupales que nos vinculan como comunidad en conexión con la naturaleza.